Por Faustino Rey Romero (1954)
De andar y de jornadas nos hablas siempre, siendo
ya ecuestre te finjamos e igual si peregrino,
que ya era asaz cambiante, Santiago, tu escenario
cuando aún no recibieras la invitación de Cristo.
El caminar sin tregua, ¡oh, Apóstol!, se dijera
razón de su existencia o de tu vida el sino,
hasta llegar al colmo tu espíritu andariego,
que, cuando no podías andar ya por ti mismo,
hiciste, navegante, muy largas singladuras,
en barca que empujaron los vientos del prodigio.
Ahora ya eres meta. Todo reposa al cabo.
Y Dios de tu parada nos dio celestes hitos.
Yendo en tu busca andantes por tierra y no (...)
topar con tu presencia, Santiago, es facilísimo,
que, si del mundo todas las vías van a Roma,
a Compostela todas conducen asimismo.
Alúmbrenos tu estrella, que de engañosas luces
andamos deslumbrados y casi enceguecidos,
y ábrenos el sentido de la profunda Suma
que concibió Mateo y perfiló en granito,
por que de tu visita salgamos confortados
los que a tus pies llegamos sedientos y cansados.
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