miércoles, 9 de diciembre de 2009

EL LUNES, DÍA FATAL


Por Máximo Sar


Hace muchos años que un hermano mío se fue a vivir a Frankfurt y, cuando viene por aquí, uno de sus temas de conversación es el de la diferencia de costumbres entre ambos países; por ejemplo, en Alemania se emborrachan los viernes y los sábados y el domingo beben agua, pasean con sus señoras y los niñitos y se acuestan temprano, para despertar con la cabeza despejada y rendir en el trabajo.

En España, no. Aquí se ensopan también el domingo; es que ni lo piensan: se meten en la discoteca y ya no van a sus casas, se van directamente al trabajo, con los ojos enrojecidos e hinchados, la sesera como una olla de grillos locos y luego se quedan dormidos sobre los teclados de los ordenadores, hasta que se acerca por allí el encargado, que emite un aullido y una amenaza de despido, lo que despabila al empleado, al menos por un tiempo.

La juventud actual, nacida en plena etapa de la basura, descubrió el placer del botellón, eso de reunirse en grandes manadas, en lugares públicos de las ciudades y hartarse de ingerir extrañas bebidas alcohólicas, para rematar beodos, como hooligans, o intoxicados, con final en las urgencias hospitalarias. Me recuerda aquella época, precedente a la II Guerra Mundial, cuando la Escuadra Inglesa recalaba en Arosa Bay, para descansar, tras las maniobras anuales en el Mediterráneo, y desparramaba por la pequeña villa de Vilagarcía a 5.000 marineros, con la única y exclusiva finalidad de embriagarse a conciencia, para lo cual les valía todo, desde el Sherry, que los taberneros preparaban anticipadamente, con pasas e higos en maceración con un vino barato, hasta frascos de colonia, cuyo gollete rompían contra la esquina de la droguería y seguidamente tragaban con la misma delectación que si fuese un gran reserva. Finalmente, cuando ya estaban muy cargados, los atrapaban los componentes de la P.M., y los arrojaban al mar, por encima de la barandilla del puente de hierro y así se despejaban.

Como se ve, los botelloneros no han inventado nada nuevo.

Allá por la década de los 40, cuando Fraga Iribarne iniciaba la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago, no había esas aglomeraciones en torno a botellas y garrafas, pero sí grupos de amigos que frecuentaban las tabernas, para saborear los excelentes caldos del Ribeiro que en ellas –no todas—se despachaba a una clientela, bien educada y fiel. Lo de fiel, algo menos, porque tan pronto uno tenía noticia que Ricardo, el de las Huertas, acababa de abillar un barril allá se iban todos, rompiendo vínculos afectivos con el suministrador habitual. Había quien se pasaba en la ingesta, pero eran pocos, muy conocidos e inofensivos.

Los españoles no somos tan disciplinados como los germanos, que sienten lo que hacen como una personal realización y una solidaria contribución al bienestar social. Para nosotros, en cambio, el trabajo es una maldición divina y una cosa mala, porque si fuera buena ya lo tendrían acaparado los ricos. Por lo tanto desconocemos el concepto de productividad, principalmente aquellos que gozan de una ocupación en que no existe un control férreo. Son los que llegan tarde al tajo y se pasan una buena parte de la jornada en el bar más próximo, tomando cafés y fumando cigarrillos. Y el fin de semana, bailongo y mucho alcohol.

De manera que el lunes, cuando entro en los establecimientos donde suelo comprar, me encuentro con que los dependientes—a veces también el dueño—se equivocan al darme el cambio, a su favor generalmente, bostezan seguido y tiene los ojos como patatas, con venillas rojas.

--¿Qué?..¿Qué tal ayer?...Fue buena ¿eh?

--Maldito lunes –contestan—el lunes no debía existir en el calendario.

Por eso los turistas suelen decir que no hay nada como vivir en España. Claro, se topan con un ambiente en el que apenas se da golpe y la gente anda de juerga. Somos así: preferimos divertirnos a cambio de una “áurea mediocritas”, que te permita coche, piso y vacaciones, aunque todo sea hipotecado; y hasta en los últimos años, los grandes millonarios se hicieron sin moverse del bar, sólo comprando y vendiendo pisos o solares. Al rematar la partida, visitaban al Notario, echaban una firmita y ¡hala! 150.000 más que ingresaban en sus cuentas corrientes.

2 comentarios:

  1. Unha descripción medio traxi-cómica da realidade de España pero que a unha servidora lle fixo partir as entrañas ca risa. Na miña modesta opinión, este artigo está escrito con moito humor e tamén se axusta plenamente á realidade. Enhoraboa!

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  2. Non hai dúbida de que o "endovélico" de Caldas de Reis, Máximo Sar, é un dos articulistas máis fino e sarcástico de Galicia.É unha persoa entrañable e ben querida por moitos rianxeiros.Coñece Rianxo como o que máis...
    Saúdos
    Comoxo

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