Por Máximo Sar
Lo que procedo a contar, sin dilación, ocurrió a finales de la década de los 50 y principios de la siguiente cuando la “Casa Emilio”, que se ubicaba muy cerca de la estación del ferrocarril gozaba de su mayor prestigio, ganado a fuerza de amabilidad y buen hacer. Por aquel tiempo, yo iba mucho por allí, a reunirme con mi gran y desaparecido amigo Baldomero García Miguéns, más conocido por Merucho, y nuestros menús, elaborados por Sofía y su madre, consistían básicamente en marisco, sollas del Ulla y pollo de corral asado, de los que sólo queda el recuerdo y, de postre, nos ponían una especie de tarta hecha con galletas, licor y chocolate, fría de la nevera. Una delicia, cuya autora era Pepita Moure, una artista en cosas de cocina y una mujer vitalista, alegre, guapa y simpática, que un aciago día se murió de una enfermedad fulminante, y a todos sus amigos se nos rompió el corazón.
Una de las especialidades del restaurante era la lamprea a la bordalesa, que les salía perfecta, lo que atraía a muchos aficionados, algunos de Santiago, como el finado profesor Abuín de Tembra, que entonces trabajaba en Peleteiro, y otros amigos, entre ellos Tojo, fallecido también prematuramente. En aquel comedor solía ser frecuente encontrarse con otros personajes muy conocidos, como el cura Alfredo Corredoira, un tanto pintoresco y preconciliar, que murió atropellado en Padrón por un autobús de línea; Giráldez, diputado autonómico por el PSOE y secretario de Juzgado, hoy jubilado; Pepe Vázquez, médico municipal, dibujante, siempre alegre y optimista.
“Casa Emilio” celebraba bodas y banquetes, en un enorme salón que poseía mismo enfrente, y que decoraban a tono para estas ocasiones. Lo curioso era que, al rematarse la celebración se podía adquirir lo que había quedado en las fuentes, sin servir, todo exquisito –puedo certificarlo—y a mitad del precio normal, de manera que los sábados y domingos, allí solía formarse cola, cado uno con su puchero.
Pasaron los años y las cosas cambiaron. Sofía, enferma de diabetes, se quedó ciega y como es lógico tuvo que abandonar toda actividad y se sentaba al sol, a la puerta de su casa, donde tengo charlado con ella cuando iba por aquellos parajes, para mi tan queridos que los guardo entre mis más apreciados recuerdos. Un hermano de la citada, llamado Jesús y su esposa Pepa abrieron una casa de comidas al lado de un edificio que en algún tiempo fuera salón de cine. Y durante varios años, los funcionarios de los Juzgados de Distrito de Vilagarcía y Caldas de Reis, organizábamos allí una gran lampreada, a la que jamás faltaba el Juez de Paz de Rianxo, el inefable Pepe de Leiro, una gran persona que gozaba del afecto de todos los que lo tratábamos, que éramos muchos, y que también pereció trágicamente alcanzado por un ómnibus del que descendía en una plaza rianxeira.
En aquel espacio urbano se concentraba la vida de Catoira, pues en él coincidían la parada de taxis, el cine a que nos referimos y que estaba cerrado hacía muchos años, los dos bares-restaurantes de que hemos hablado y un balneario, que yo conocí inactivo y, posteriormente, en funcionamiento, cuando su propietario, que era Dios de apellido, un catoirés que tenía un restaurante en la carretera Madrid-Galicia, lo rehabilitó modernizando las instalaciones y la gente volvió a curar sus dolencias dérmicas, con los baños procedentes de dos manantiales, que se llamaban Laxiña y Recarei, que a principios del siglo XX estuvieron muy de moda y hasta se organizaban bailes públicos en la plazuela para que los agüistas se divirtieran.
El propio andén de la Renfe era polo de atracción para las bellezas del pueblo, a fin de lucir sus atractivos ante los viajeros asomados a las ventanillas, que a veces se admiraban con la insólita presencia del presbítero Rei Romero encendiendo el pitillo con un chisquero, del que colgaba una mecha que arrastraba por los suelos. Lo que no sabían los viajeros es que estaban ante uno de los primeros poetas gallegos.
La cantina de la estación, que era importante centro de esparcimiento, con Segundo Rodríguez tras el mostrador, albergaba nada menos que la Secretaría del Ateneo del Ullán, asociación que contaba con doble presidencia: el mencionado Rei Romero y Baldomero Isorna, que era Procurador de los Tribunales, en Madrid, donde residía, acudiendo a Catoira los veranos y en fechas señaladas, aparte los demás que conformamos el núcleo del que partió la iniciativa de la viquingada.
Ya mucho antes de ésta, los vecinos de la villa seguían la sana costumbre de celebrar divertidas larpeiradas, en días señalados, a la sombra de las Torres de Oeste. Llegaban portando cestones rebosantes de apetitosos manjares locales y tradicionales, extendían los manteles bajo los loureiros, las familias intercambiaban tajadas, bebían, cantaban y bailaban, a veces con gaiteiro y todo.
Lo que procedo a contar, sin dilación, ocurrió a finales de la década de los 50 y principios de la siguiente cuando la “Casa Emilio”, que se ubicaba muy cerca de la estación del ferrocarril gozaba de su mayor prestigio, ganado a fuerza de amabilidad y buen hacer. Por aquel tiempo, yo iba mucho por allí, a reunirme con mi gran y desaparecido amigo Baldomero García Miguéns, más conocido por Merucho, y nuestros menús, elaborados por Sofía y su madre, consistían básicamente en marisco, sollas del Ulla y pollo de corral asado, de los que sólo queda el recuerdo y, de postre, nos ponían una especie de tarta hecha con galletas, licor y chocolate, fría de la nevera. Una delicia, cuya autora era Pepita Moure, una artista en cosas de cocina y una mujer vitalista, alegre, guapa y simpática, que un aciago día se murió de una enfermedad fulminante, y a todos sus amigos se nos rompió el corazón.
Una de las especialidades del restaurante era la lamprea a la bordalesa, que les salía perfecta, lo que atraía a muchos aficionados, algunos de Santiago, como el finado profesor Abuín de Tembra, que entonces trabajaba en Peleteiro, y otros amigos, entre ellos Tojo, fallecido también prematuramente. En aquel comedor solía ser frecuente encontrarse con otros personajes muy conocidos, como el cura Alfredo Corredoira, un tanto pintoresco y preconciliar, que murió atropellado en Padrón por un autobús de línea; Giráldez, diputado autonómico por el PSOE y secretario de Juzgado, hoy jubilado; Pepe Vázquez, médico municipal, dibujante, siempre alegre y optimista.
“Casa Emilio” celebraba bodas y banquetes, en un enorme salón que poseía mismo enfrente, y que decoraban a tono para estas ocasiones. Lo curioso era que, al rematarse la celebración se podía adquirir lo que había quedado en las fuentes, sin servir, todo exquisito –puedo certificarlo—y a mitad del precio normal, de manera que los sábados y domingos, allí solía formarse cola, cado uno con su puchero.
Pasaron los años y las cosas cambiaron. Sofía, enferma de diabetes, se quedó ciega y como es lógico tuvo que abandonar toda actividad y se sentaba al sol, a la puerta de su casa, donde tengo charlado con ella cuando iba por aquellos parajes, para mi tan queridos que los guardo entre mis más apreciados recuerdos. Un hermano de la citada, llamado Jesús y su esposa Pepa abrieron una casa de comidas al lado de un edificio que en algún tiempo fuera salón de cine. Y durante varios años, los funcionarios de los Juzgados de Distrito de Vilagarcía y Caldas de Reis, organizábamos allí una gran lampreada, a la que jamás faltaba el Juez de Paz de Rianxo, el inefable Pepe de Leiro, una gran persona que gozaba del afecto de todos los que lo tratábamos, que éramos muchos, y que también pereció trágicamente alcanzado por un ómnibus del que descendía en una plaza rianxeira.
En aquel espacio urbano se concentraba la vida de Catoira, pues en él coincidían la parada de taxis, el cine a que nos referimos y que estaba cerrado hacía muchos años, los dos bares-restaurantes de que hemos hablado y un balneario, que yo conocí inactivo y, posteriormente, en funcionamiento, cuando su propietario, que era Dios de apellido, un catoirés que tenía un restaurante en la carretera Madrid-Galicia, lo rehabilitó modernizando las instalaciones y la gente volvió a curar sus dolencias dérmicas, con los baños procedentes de dos manantiales, que se llamaban Laxiña y Recarei, que a principios del siglo XX estuvieron muy de moda y hasta se organizaban bailes públicos en la plazuela para que los agüistas se divirtieran.
El propio andén de la Renfe era polo de atracción para las bellezas del pueblo, a fin de lucir sus atractivos ante los viajeros asomados a las ventanillas, que a veces se admiraban con la insólita presencia del presbítero Rei Romero encendiendo el pitillo con un chisquero, del que colgaba una mecha que arrastraba por los suelos. Lo que no sabían los viajeros es que estaban ante uno de los primeros poetas gallegos.
La cantina de la estación, que era importante centro de esparcimiento, con Segundo Rodríguez tras el mostrador, albergaba nada menos que la Secretaría del Ateneo del Ullán, asociación que contaba con doble presidencia: el mencionado Rei Romero y Baldomero Isorna, que era Procurador de los Tribunales, en Madrid, donde residía, acudiendo a Catoira los veranos y en fechas señaladas, aparte los demás que conformamos el núcleo del que partió la iniciativa de la viquingada.
Ya mucho antes de ésta, los vecinos de la villa seguían la sana costumbre de celebrar divertidas larpeiradas, en días señalados, a la sombra de las Torres de Oeste. Llegaban portando cestones rebosantes de apetitosos manjares locales y tradicionales, extendían los manteles bajo los loureiros, las familias intercambiaban tajadas, bebían, cantaban y bailaban, a veces con gaiteiro y todo.
Foi prodixioso. O sábado o mediodia cheguei a Catoira, saudei os amigos e veciños de Rianxo que andaban por alí e vin a Pepe Rochil e a súa áurea de honradez, tamén estaban personaxes que eu coñecía po los seus libros ou artigos, logo funme a Casa Emilio é, anque no está en tempada, probei por primeira vez Lamprea a Bordelesa, deliciosamente feita igual que a tarta de galletas, licor e chocolate, teño que decirvos que me pasei bebendo licor, pero non me importa porque non teño pensado pararme en ningún control de alcoholemia. Salín de Casa Emilio, ben refeitiño. Todo isto pasou sen que me movera da sala do meu piso en Ferrol.O prodixio aconteceu o ler o artigo de Máximo Sar, masticando lentamente as verbas atopeille o sabor. Gracias pero quero mais...Romero.
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