domingo, 27 de diciembre de 2009

LA ERA DEL SIN

Máximo Sar


En todas las fotografías que conservo de finales del XIX y principios del XX, no tengo ni una en que aparezca un hombre sin sombrero, o pajilla, y sin poseer una espesa barba o un bigote corniveleto, como el de Dalí. Ya antes de la guerra civil empezó a mostrarse la cabeza descubierta, con raya a la izquierda y cabellera hacia la nuca, rociada con abundante “Fixol”, que era el fijador de entonces, al estilo de Gardel que, además de su peinado, también consiguió extender el tango por todo el planeta.

A raíz de producirse tal fenómeno, se organizaron intensas campañas para atajarlo, porque el sinsombrerismo provocó el cierre de muchísimas fábricas y talleres y dejó en la calle, a pan pedir, a miles de familias que vivían de esta actividad; lo cual nos demuestra que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria tiene antecedentes, no es un invento de ahora.

Las que no sufrieron quebranto fueron las peluquerías, que continuaron cortando cabelleras en todo tiempo, tanto en la era Gardel como cuando se pusieron de moda las melenas.¡Esta si que fue revolución! Como todo el mundo sabe fueron los Beatles, que allá por el mil novecientos sesenta y pico, osaron presentarse en público, con una pelambrera hasta los hombros, para entonar sus exitosas canciones. De pronto, todos los chavales, huyeron de las peluquerías con la intención de parecerse a los chicos de Liverpool, con lo cual tuvieron que afrontar la ira de los padres, que experimentaron graves alergias, al ver a sus hijos varones con el pelo largo como si fueran núbiles doncellas. Se armaron fenomenales líos en las familias y hasta hubo muchachuelos fanáticos que abandonaron sus hogares con tal de no volver a la moda gardeliana.

Al fin ganaron los peludos; pero el triunfo sacia pronto y, al cabo de unos años, no solamente retornaron al pelo corto, sino que muchos se afeitaron el coco, al cero absoluto, o a lo más dejaron un mechón de cabellos en lo alto, para lucir sobre sus cráneos hueros una apariencia de cresta en technicolor. Así hasta llegar al metrosexual, que se pasa las horas revisando su cuerpo para localizar el menor vestigio piloso y eliminarlo con rabia. Son los abanderados del “sin” total.

Yo, desde que tengo uso de razón, por propia incapacidad o por imperativo de las circunstancias, viví en constante estado carencial, que se acentuó en los funestos años de la contienda fratricida. Entonces era un mozalbete y fumaba cuando me topaba con mi amigo Pegino, que me daba unos cigarillos rubios, de Virginia, que eran la gloria; pero cuando él no estaba, tenía que recurrir a sucedáneos, como las barbas de millo, las flores secas de la magnolia y, como último recurso, hojas de periódico, principalmente las cabeceras de “Faro de Vigo” porque sus grandes letras, como de tinta china, producían un humo similar al de los “mataquintos”, los pitillos más baratos que se podían comprar en los estancos; pitillo de lujo lo elaboraba cuando en dicho diario pillaba una esquela de media página, de algún excelentísimo señor, era como un habano Davidov.

Cuando nuestra guerra civil y, sobre todo, en la posguerra, el sin era la regla general, porque si no tenías una cartilla de racionamiento te quedabas sin suministro y, por otra parte, cuando te daban los productos, a cambio de los correspondientes cupones, te quedabas sin comer, porque no se tragaban, debido a que, una lenta y complicada burocracia, hacía que los sacos de alimentos se pudriesen en los almacenes, pasada la fecha de su caducidad.

A finales de los sesenta empezó a notarse una prometedora mejoría y cuando murió Franco y se instauró una democracia, se disparó nuestro nivel de vida y pasamos de vivir sin comida, sin piso, sin coche, sin lavadora, ni televisor, ni móvil, ni siquiera una querida, a tenerlo todo y muchas veces por duplicado. En cualquier pueblo pequeño, donde el sin era la nota predominante, al llegar la prosperidad se podían contar una docena de multimillonarios, treinta o cuarenta millonarios y 2.500 vecinos que por lo menos contaban con dos viviendas –una en la playa—yate y coche de alta gama.

Y entonces también llegó el vicio, no el de drogarse –que también—sino el de comer; la gente se entregó de lleno a devorar los atrasos y una buena parte de nuestros conciudadanos se pusieron como bolas de sebo, con todo su cortejo de diabéticos, cardíacos, hipertensos, y otros cien mil males. Y ¡lo qué son las cosas!, regresó el sin, no el del gobierno –que prohíbe todo—sino el que nos impuso nuestro médico de cabecera.

Perdonen que me ponga como ejemplo; pero yo, cuando voy a un bar, donde no me conocen, tengo que explicarle a la camarera: ”yo quiero un café sin cafeína, con leche sin nata y, desde luego, sin azúcar. Cuando se trata de mi establecimiento habitual y me preguntan rutinariamente lo qué va a ser, les digo:

--Un sin, sin, sin.

Y ya me entienden.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

RIANXO: OS SUCESOS DE OUTUBRO DE 1934

Por Xosé Comoxo e Xesús Santos


A suspensión dos actos públicos, reunións e manifestacións ordenada polo Goberno, en setembro de 1934, debido aos acontecementos graves polos que pasaba España, obrigou ás Agrupacións Galeguistas da localidade rianxeira a cerrar as portas.


Días antes de ser declarado o estado de guerra, a garda civil, con motivo da alarma producida por un suposto alixo de armas na vila, levara a cabo varios rexistros en domicilios de persoas relevantes. Non só por ese motivo, senón tamén polo clima tenso que se vivía (e incluso polos severos castigos que a Lei Marcial impoñía), os galeguistas debían suspender as actividades políticas. Sen embargo, as xuntanzas dos amigos, comprometidos politicamente, seguían. Nese sentido, o estado de guerra non influíu grandemente neles, xa que eran sabedores de que a garda civil do posto fora destinada a Ribeira ao proclamarse a Lei Marcial. Incluso un grupo de veciños saen a cantar na noitiña do 13 de outubro (ao igual que fixeran a triste noite de San Xoán de 1931). Na localidade tan só quedaran encargados da orde pública os carabineiros.


Neses momentos os supostos comentarios dalgúns mozos, nos que revelaron a súa intención de incendiar varios edificios da localidade (igrexa parroquial, casa-cuartel da garda civil e edificio consistorial), así como os berros na rúa proferidos por eles con vivas ao comunismo libertario e cánticos da “Internacional”, chegaron a coñecemento da Benemérita por confidencias reservadas.


O mesmo día 15 de outubro ao anoitecer trasládase a Rianxo, desde Ribeira onde estaba concentrado, o comandante do posto, Juan Reyes Doblado, xunto cos gardas civís Marcelino Prieto Zapico, Claudio Alarcón Moreno, Bernardo Méndez Rego, Nicolás Lojo Laíño e Emilio Rodríguez Gil, coa intención de practicar as xestións necesarias e descubrir aos autores desas supostas ameazas. Sabían ben a onde debían dirixirse, non só por coñecer a cada un dos posibles culpables, todos militantes galeguistas, senón polas acusacións recibidas de certas mulleres que, ao menos en dous casos, estaban vinculadas á garda civil. O propio Juan Reyes citará, entre outras, a Juana, criada do crego Don José Benito Fariña, a Carme Rodríguez e a Carme Cambeses.


Carme Rodríguez, declarara: “que el día 13 del corriente, estando en la fuente a coger agua oyó que del grupo formado por unas cuantas mujeres que esperaban su turno sin poder recordar quien fue a causa de la confusión por estar todas hablando al mismo tiempo, que una mujer decía que iban a poner tres bombas: una en el Ayuntamiento, otra en el Cuartel y la tercera en la Yglesia”


O 16 de outubro, os inculpados ingresan no cárcere, primeiro en Rianxo e logo en Santiago, a onde foron conducidos pola garda civil de Ribeira. Castelao ao decatarse, pasado un tempo e cando estaba desterrado en Badaxoz, comentaralle por carta a Otero Pedrayo todo o acontecido.


Serán procesados, “no en virtud de simples indicios, sino a causa de cargos concretos” que figuran nas declaracións das delatoras antes mencionadas; ademais de ser todos “sujetos de pésimos antecedentes y de ideas extremistas”, segundo lle notificou o capitán xuíz instrutor de Santiago ao auditor de guerra da 8ª División Orgánica da Coruña. Tratábase de Manuel Abuín Alcalde, Ricardo Abuín Alcalde, Alfonso Arcos Tubío, Candidito González Rañó, Vicente Tubío Rodríguez, José Fachado Lesende, Benito Rial Fungueiriño, Luís Rial Fungueiriño e Sixto de Aguirre Garín (detido na súa residencia de Imo-Dodro). A nómina de encarcerados increméntase o 10 de novembro, con Manuel Rodríguez Castelao e José Losada Castelao “os Insua”, reclamados polo xuíz instrutor de Santiago.


Non tardarán en comezar os interrogatorios e os rexistros domiciliarios.

domingo, 20 de diciembre de 2009

O LOBO DE MAR



Por Máximo Sar


O poste da lus

co vello cruceiro

a tasca de Crus

co cumio do outeiro.


Eusebio emprestoume a dorna

e doume tamén a “marca”

sen a cal non colle nada

quen queira pescar en barca.


Dende o porto de Palmeira

púxenme axiña a remar

e mesmo ó pillala “marca”

guindei a poutada ó mar.


Alí se enfiaba a lus

cun antigo cruceiro

e a taberna de Crus

cun penedo do outeiro.


Uns doce metros de liña

larguei cun camarón;

pero, pasaron as horas,

sen notar nin un tirón.


Cansado voltei ó porto

onde un vello mariñeiro

preguntou, con moita sorna,

¿traes ben cheo o caldeiro?.


--Non collín nin un piallo,

nin sequera un calamar.

--Non te alporices, rapás:

¡hoxe non había mar!


Tenteino ó día seguinte

por ver se tornara a sorte,

e tampouco matei nada,

¿Sería o vento do norte?


Outra ves topei ó vello

e con el fun platicar,

e díxome, con sabencia,

¡--hoxe había moito mar!


jueves, 17 de diciembre de 2009

lunes, 14 de diciembre de 2009

LARPEIRADAS EN CATOIRA



Por Máximo Sar

Lo que procedo a contar, sin dilación, ocurrió a finales de la década de los 50 y principios de la siguiente cuando la “Casa Emilio”, que se ubicaba muy cerca de la estación del ferrocarril gozaba de su mayor prestigio, ganado a fuerza de amabilidad y buen hacer. Por aquel tiempo, yo iba mucho por allí, a reunirme con mi gran y desaparecido amigo Baldomero García Miguéns, más conocido por Merucho, y nuestros menús, elaborados por Sofía y su madre, consistían básicamente en marisco, sollas del Ulla y pollo de corral asado, de los que sólo queda el recuerdo y, de postre, nos ponían una especie de tarta hecha con galletas, licor y chocolate, fría de la nevera. Una delicia, cuya autora era Pepita Moure, una artista en cosas de cocina y una mujer vitalista, alegre, guapa y simpática, que un aciago día se murió de una enfermedad fulminante, y a todos sus amigos se nos rompió el corazón.

Una de las especialidades del restaurante era la lamprea a la bordalesa, que les salía perfecta, lo que atraía a muchos aficionados, algunos de Santiago, como el finado profesor Abuín de Tembra, que entonces trabajaba en Peleteiro, y otros amigos, entre ellos Tojo, fallecido también prematuramente. En aquel comedor solía ser frecuente encontrarse con otros personajes muy conocidos, como el cura Alfredo Corredoira, un tanto pintoresco y preconciliar, que murió atropellado en Padrón por un autobús de línea; Giráldez, diputado autonómico por el PSOE y secretario de Juzgado, hoy jubilado; Pepe Vázquez, médico municipal, dibujante, siempre alegre y optimista.

“Casa Emilio” celebraba bodas y banquetes, en un enorme salón que poseía mismo enfrente, y que decoraban a tono para estas ocasiones. Lo curioso era que, al rematarse la celebración se podía adquirir lo que había quedado en las fuentes, sin servir, todo exquisito –puedo certificarlo—y a mitad del precio normal, de manera que los sábados y domingos, allí solía formarse cola, cado uno con su puchero.

Pasaron los años y las cosas cambiaron. Sofía, enferma de diabetes, se quedó ciega y como es lógico tuvo que abandonar toda actividad y se sentaba al sol, a la puerta de su casa, donde tengo charlado con ella cuando iba por aquellos parajes, para mi tan queridos que los guardo entre mis más apreciados recuerdos. Un hermano de la citada, llamado Jesús y su esposa Pepa abrieron una casa de comidas al lado de un edificio que en algún tiempo fuera salón de cine. Y durante varios años, los funcionarios de los Juzgados de Distrito de Vilagarcía y Caldas de Reis, organizábamos allí una gran lampreada, a la que jamás faltaba el Juez de Paz de Rianxo, el inefable Pepe de Leiro, una gran persona que gozaba del afecto de todos los que lo tratábamos, que éramos muchos, y que también pereció trágicamente alcanzado por un ómnibus del que descendía en una plaza rianxeira.

En aquel espacio urbano se concentraba la vida de Catoira, pues en él coincidían la parada de taxis, el cine a que nos referimos y que estaba cerrado hacía muchos años, los dos bares-restaurantes de que hemos hablado y un balneario, que yo conocí inactivo y, posteriormente, en funcionamiento, cuando su propietario, que era Dios de apellido, un catoirés que tenía un restaurante en la carretera Madrid-Galicia, lo rehabilitó modernizando las instalaciones y la gente volvió a curar sus dolencias dérmicas, con los baños procedentes de dos manantiales, que se llamaban Laxiña y Recarei, que a principios del siglo XX estuvieron muy de moda y hasta se organizaban bailes públicos en la plazuela para que los agüistas se divirtieran.

El propio andén de la Renfe era polo de atracción para las bellezas del pueblo, a fin de lucir sus atractivos ante los viajeros asomados a las ventanillas, que a veces se admiraban con la insólita presencia del presbítero Rei Romero encendiendo el pitillo con un chisquero, del que colgaba una mecha que arrastraba por los suelos. Lo que no sabían los viajeros es que estaban ante uno de los primeros poetas gallegos.

La cantina de la estación, que era importante centro de esparcimiento, con Segundo Rodríguez tras el mostrador, albergaba nada menos que la Secretaría del Ateneo del Ullán, asociación que contaba con doble presidencia: el mencionado Rei Romero y Baldomero Isorna, que era Procurador de los Tribunales, en Madrid, donde residía, acudiendo a Catoira los veranos y en fechas señaladas, aparte los demás que conformamos el núcleo del que partió la iniciativa de la viquingada.

Ya mucho antes de ésta, los vecinos de la villa seguían la sana costumbre de celebrar divertidas larpeiradas, en días señalados, a la sombra de las Torres de Oeste. Llegaban portando cestones rebosantes de apetitosos manjares locales y tradicionales, extendían los manteles bajo los loureiros, las familias intercambiaban tajadas, bebían, cantaban y bailaban, a veces con gaiteiro y todo.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

EL LUNES, DÍA FATAL


Por Máximo Sar


Hace muchos años que un hermano mío se fue a vivir a Frankfurt y, cuando viene por aquí, uno de sus temas de conversación es el de la diferencia de costumbres entre ambos países; por ejemplo, en Alemania se emborrachan los viernes y los sábados y el domingo beben agua, pasean con sus señoras y los niñitos y se acuestan temprano, para despertar con la cabeza despejada y rendir en el trabajo.

En España, no. Aquí se ensopan también el domingo; es que ni lo piensan: se meten en la discoteca y ya no van a sus casas, se van directamente al trabajo, con los ojos enrojecidos e hinchados, la sesera como una olla de grillos locos y luego se quedan dormidos sobre los teclados de los ordenadores, hasta que se acerca por allí el encargado, que emite un aullido y una amenaza de despido, lo que despabila al empleado, al menos por un tiempo.

La juventud actual, nacida en plena etapa de la basura, descubrió el placer del botellón, eso de reunirse en grandes manadas, en lugares públicos de las ciudades y hartarse de ingerir extrañas bebidas alcohólicas, para rematar beodos, como hooligans, o intoxicados, con final en las urgencias hospitalarias. Me recuerda aquella época, precedente a la II Guerra Mundial, cuando la Escuadra Inglesa recalaba en Arosa Bay, para descansar, tras las maniobras anuales en el Mediterráneo, y desparramaba por la pequeña villa de Vilagarcía a 5.000 marineros, con la única y exclusiva finalidad de embriagarse a conciencia, para lo cual les valía todo, desde el Sherry, que los taberneros preparaban anticipadamente, con pasas e higos en maceración con un vino barato, hasta frascos de colonia, cuyo gollete rompían contra la esquina de la droguería y seguidamente tragaban con la misma delectación que si fuese un gran reserva. Finalmente, cuando ya estaban muy cargados, los atrapaban los componentes de la P.M., y los arrojaban al mar, por encima de la barandilla del puente de hierro y así se despejaban.

Como se ve, los botelloneros no han inventado nada nuevo.

Allá por la década de los 40, cuando Fraga Iribarne iniciaba la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago, no había esas aglomeraciones en torno a botellas y garrafas, pero sí grupos de amigos que frecuentaban las tabernas, para saborear los excelentes caldos del Ribeiro que en ellas –no todas—se despachaba a una clientela, bien educada y fiel. Lo de fiel, algo menos, porque tan pronto uno tenía noticia que Ricardo, el de las Huertas, acababa de abillar un barril allá se iban todos, rompiendo vínculos afectivos con el suministrador habitual. Había quien se pasaba en la ingesta, pero eran pocos, muy conocidos e inofensivos.

Los españoles no somos tan disciplinados como los germanos, que sienten lo que hacen como una personal realización y una solidaria contribución al bienestar social. Para nosotros, en cambio, el trabajo es una maldición divina y una cosa mala, porque si fuera buena ya lo tendrían acaparado los ricos. Por lo tanto desconocemos el concepto de productividad, principalmente aquellos que gozan de una ocupación en que no existe un control férreo. Son los que llegan tarde al tajo y se pasan una buena parte de la jornada en el bar más próximo, tomando cafés y fumando cigarrillos. Y el fin de semana, bailongo y mucho alcohol.

De manera que el lunes, cuando entro en los establecimientos donde suelo comprar, me encuentro con que los dependientes—a veces también el dueño—se equivocan al darme el cambio, a su favor generalmente, bostezan seguido y tiene los ojos como patatas, con venillas rojas.

--¿Qué?..¿Qué tal ayer?...Fue buena ¿eh?

--Maldito lunes –contestan—el lunes no debía existir en el calendario.

Por eso los turistas suelen decir que no hay nada como vivir en España. Claro, se topan con un ambiente en el que apenas se da golpe y la gente anda de juerga. Somos así: preferimos divertirnos a cambio de una “áurea mediocritas”, que te permita coche, piso y vacaciones, aunque todo sea hipotecado; y hasta en los últimos años, los grandes millonarios se hicieron sin moverse del bar, sólo comprando y vendiendo pisos o solares. Al rematar la partida, visitaban al Notario, echaban una firmita y ¡hala! 150.000 más que ingresaban en sus cuentas corrientes.

TARAGOÑA: aumenta la emigración (Xosé R. Brea e Xaquín Miguéns, "El Correo Gallego", 19-7-1975)

viernes, 4 de diciembre de 2009

EL TRIUNFO DE LA "MANUELA" (1953)


Por Borobó, 1953

A Juan Manuel Santos, que nos preguntó el viernes, en la Puerta Fajera, si habíamos de ir a ver regatear a la “Manuela”.

Desde el yate más esbelto hasta la dorna más panzuda se fueron concentrando el domingo ante la Playa de Compostela, con el Xiabre al fondo, la mayoría de las embarcaciones de la Ría de Arosa. Predominaban, sin embargo, las de Villajuán y de Rianxo. No faltaba ninguno de los pequeños barcos pesqueros de estos dos puertos. Los de Villajuán venían escoltando al “Carmelo”. Los de Rianxo, a la “Manuela”.

Venían repletos de gente. Había motoras con doscientas personas a bordo, formando apretados graderíos flotantes. Y se iban estacionando de espaldas a Carril, mirando al muelle villagarciano del Ramal, donde estaban loas boyas que señalaban el límite del ámbito de las regatas. Los barcos a vela y aquellos de motor colmados de espectadores fondeaban para mayor seguridad, mientras alguna motora con las autoridades o con los jurados navegaba imponiendo el orden y disponiendo las pruebas. Pero había también motoras ciegas, irresponsables, de veraneantes de tierra adentro sin duda, que trazaban dramáticas eses sorteando los graderíos flotantes, y recibiendo las imprecaciones de los lobos de mar indignados ante aquellas criminales piruetas. Una de las motoras, de color gris plomo, la más ciega y alienable, pasó rozando la proa de la lancha en que íbamos una docena de personas, y chocó contra la popa de la “Isabel”, uno de los barcos rianxeiros más cargados de gente. Afortunadamente sólo le estropeó la regala, la obra muerta. Si llega a chocar de lleno y le abre una vía de agua, el número de víctimas de la tragedia marítima de San Simón, hubiera habido que multiplicarlo por tres o cuatro, o quizá por más, ya que pudieron ocurrir una serie de naufragios en cadena. Puede dar fe de esta cataclismática posibilidad el inspector de Primera Enseñanza y colaborador de La Noche, Don Rogelio Pérez (Roxerius), hacia quien iba ciega, a toda marcha, la irresponsable embarcación.

Una vez tocado este tema previo de seguridad pública, como advertencia ante otras concentraciones navales de carácter estival que se hayan de celebrar este mismo año, o en los venideros, ya es hora de indicar qué hacíamos allí tantos miles de espectadores a flote. Entre ellos muchos centenares de santiagueses, veraneantes de temporada o dominicales, en la Playa de Compostela y en las restantes, más rústicas, del término de Villagarcía.

Nosotros acudimos desde el otro lado de la Ría con los de Rianxo, tras la “Manuela” y la “Josefina” que iban a regatear contra las lanchas de Villajuán, sus eternas rivales. Cuatro años seguidos había ganado la “Manuela” al “Carmelo”, en la prueba de doce remos. Pero en el verano pasado, no se presentó la “Manuela”, por luto del armador, y no se verificó esa regata. Los remeros de ella, sin embargo, participaron en la prueba de diez remos, tripulando la lancha “Norte”, y ganaron también a los marineros de Villajuán.

Este año, según se sabía en Rianxo, los de Villajuán se prepararon concienzudamente. Afilaron, desbastaron, hasta el máximo posible, al “Carmelo”, dejándolo ligero como un esquife. Y entrenaron a dos equipos de doce remeros, para escoger a los mejores.

Los de Rianxo fiados, a la antigua española, en la improvisación apenas se entrenaron, confiados en sus músculos y en que soplase el viento. Pero eran los doce de siempre, doce remeros maduros, experimentados, el más viejo y animoso de los cuales, José Galván, cuenta cincuenta años, y está dotado de tal fortaleza, que ya pertenece a la leyenda.

Un primero de año se hallaba en una taberna de Carril este pescador. Debió farolear un poco acerca de sus éxitos, pues se armó una trifulca enorme. José Galván estaba sólo, sin nadie más de Rianxo que lo defendiera. Tal tunda de remazos le pegaron, que le dejaron por muerto en la playa. Con la fresca, al amanecer, despertó José Galván; se apoderó de una gamela que vió cerca, y remando en un desesperado esfuerzo pudo atravesar el río, la desembocadura del Ulla. Ya en tierra siguió andando una legua hasta llegar a su casa, con dos o tres costillas rotas y otras graves lesiones. Lo curó Don Ramón Baltar y quedó listo para regatear de nuevo. La “Manuela” es propiedad de su padre, reman en ella dos hijos de él y la patronea su cuñado, Juanito el Caramelo.

Estos y otros detalles se comentaban en los graderíos flotantes, mientras no comenzaban las regatas de verdad, de barcos auténticos de pesca. Primero se alineó la “Josefina”, al lado de dos lanchas de diez remos de Villajuán. Tomó ventaja desde el principio una de éstas, muy corta y manejable, ventaja que aumentó por la gran rapidez con que viraba en las boyas. No obstante, en la última vuelta reaccionaron los muchachos de la “Josefina” y sólo perdieron por un largo, entrando tercera la otra lancha de Villajuán. La gente de Rianxo se lamentaba de que su joven tripulación no hubiese regateado en la “Norte”, la lancha triunfadora, con la tripulación veterana, en el verano pasado. Mientras tanto una mujer de Villajuán, vestida de encarnado, expresaba su gozo ante el triunfo de sus vecinos, bailando un zapateado, sobre un racú.

La danza y las lamentaciones poco duraron. Iba a iniciarse la apasionante regata en que culmina deportivamente el esfuerzo marinero de la mayor ría gallega. La “Manuela” y el “Carmelo” se van a disputar la honra de sus villas, una copa y seis mil pesetas. Suena el pistoletazo y marchan con viento de popa, hacia el Ramal las dos lanchas. Va un poco delante, ligero y nervioso, el “Carmelo”. Detrás serena y potente, la “Manuela”. Vira primero la de Villajuán, pero le come terreno, con el viento en contra, la “Manuela”, que más pesada resulta mejor marinera. Hace un viraje en poquísimo espacio, alrededor de la boya de la meta y parte ya delante otra vez hacia el Ramal. Cuando vuelven, se aprecia perfectamente la ventaja que trae la “Manuela”. Saca más de dos largos al “Carmelo”, cuyo patrón agita el pañuelo en ademán de protesta. Después nos enteramos que protestaba porque, según él, había tropezado la “Manuela” con la boya.

Nada más terminar la regata se inicia otra más espontánea, entre todas las motoras y los balandros de Rianxo, para ser los primeros en llevar la noticia del triunfo al pueblo. En Punta Fincheira les esperan decenas de rapaces, que al notar la señal de triunfo parten a toda velocidad para adelantar la noticia. Casi siempre llegan tarde, pues suelen avisar por teléfono la grata noticia. O, como ocurrió el año pasado, las regatas son transmitidas por Radio Pontevedra.

Este año había un silencio sospechoso. Mientras navegábamos hacia Rianxo, discutían en Villagarcía la protesta del patrón del “Carmelo”. Pero no se pudo negar la evidente superioridad de la “Manuela”, presenciada por miles de náuticos espectadores. La confirmación de la victoria no fue comunicada, y la villa de Rianxo, esperó esta vez sin mucho estruendo a los vencedores.

Hubo bombas, no obstante, cuando llegaron más tarde de lo normal. Y mostrando la copa, se fueron a la taberna donde habían encargado las empanadas, ganasen o perdiesen. Mientras esperaban a que le sirviesen la cena, cantaba la tripulación la copla que aquí va comiendo terreno a la “Rianxeira”:

Collín, collín, collín

na veiriña do mar

amoriños e rosas

non os podo olvidar.

Más tarde, a la madrugada, se celebró el deportivo rito de beber por la copa. Y las rondas de tinto duraron hasta el alba.