Máximo Sar
En todas las fotografías que conservo de finales del XIX y principios del XX, no tengo ni una en que aparezca un hombre sin sombrero, o pajilla, y sin poseer una espesa barba o un bigote corniveleto, como el de Dalí. Ya antes de la guerra civil empezó a mostrarse la cabeza descubierta, con raya a la izquierda y cabellera hacia la nuca, rociada con abundante “Fixol”, que era el fijador de entonces, al estilo de Gardel que, además de su peinado, también consiguió extender el tango por todo el planeta.
A raíz de producirse tal fenómeno, se organizaron intensas campañas para atajarlo, porque el sinsombrerismo provocó el cierre de muchísimas fábricas y talleres y dejó en la calle, a pan pedir, a miles de familias que vivían de esta actividad; lo cual nos demuestra que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria tiene antecedentes, no es un invento de ahora.
Las que no sufrieron quebranto fueron las peluquerías, que continuaron cortando cabelleras en todo tiempo, tanto en la era Gardel como cuando se pusieron de moda las melenas.¡Esta si que fue revolución! Como todo el mundo sabe fueron los Beatles, que allá por el mil novecientos sesenta y pico, osaron presentarse en público, con una pelambrera hasta los hombros, para entonar sus exitosas canciones. De pronto, todos los chavales, huyeron de las peluquerías con la intención de parecerse a los chicos de Liverpool, con lo cual tuvieron que afrontar la ira de los padres, que experimentaron graves alergias, al ver a sus hijos varones con el pelo largo como si fueran núbiles doncellas. Se armaron fenomenales líos en las familias y hasta hubo muchachuelos fanáticos que abandonaron sus hogares con tal de no volver a la moda gardeliana.
Al fin ganaron los peludos; pero el triunfo sacia pronto y, al cabo de unos años, no solamente retornaron al pelo corto, sino que muchos se afeitaron el coco, al cero absoluto, o a lo más dejaron un mechón de cabellos en lo alto, para lucir sobre sus cráneos hueros una apariencia de cresta en technicolor. Así hasta llegar al metrosexual, que se pasa las horas revisando su cuerpo para localizar el menor vestigio piloso y eliminarlo con rabia. Son los abanderados del “sin” total.
Yo, desde que tengo uso de razón, por propia incapacidad o por imperativo de las circunstancias, viví en constante estado carencial, que se acentuó en los funestos años de la contienda fratricida. Entonces era un mozalbete y fumaba cuando me topaba con mi amigo Pegino, que me daba unos cigarillos rubios, de Virginia, que eran la gloria; pero cuando él no estaba, tenía que recurrir a sucedáneos, como las barbas de millo, las flores secas de la magnolia y, como último recurso, hojas de periódico, principalmente las cabeceras de “Faro de Vigo” porque sus grandes letras, como de tinta china, producían un humo similar al de los “mataquintos”, los pitillos más baratos que se podían comprar en los estancos; pitillo de lujo lo elaboraba cuando en dicho diario pillaba una esquela de media página, de algún excelentísimo señor, era como un habano Davidov.
Cuando nuestra guerra civil y, sobre todo, en la posguerra, el sin era la regla general, porque si no tenías una cartilla de racionamiento te quedabas sin suministro y, por otra parte, cuando te daban los productos, a cambio de los correspondientes cupones, te quedabas sin comer, porque no se tragaban, debido a que, una lenta y complicada burocracia, hacía que los sacos de alimentos se pudriesen en los almacenes, pasada la fecha de su caducidad.
A finales de los sesenta empezó a notarse una prometedora mejoría y cuando murió Franco y se instauró una democracia, se disparó nuestro nivel de vida y pasamos de vivir sin comida, sin piso, sin coche, sin lavadora, ni televisor, ni móvil, ni siquiera una querida, a tenerlo todo y muchas veces por duplicado. En cualquier pueblo pequeño, donde el sin era la nota predominante, al llegar la prosperidad se podían contar una docena de multimillonarios, treinta o cuarenta millonarios y 2.500 vecinos que por lo menos contaban con dos viviendas –una en la playa—yate y coche de alta gama.
Y entonces también llegó el vicio, no el de drogarse –que también—sino el de comer; la gente se entregó de lleno a devorar los atrasos y una buena parte de nuestros conciudadanos se pusieron como bolas de sebo, con todo su cortejo de diabéticos, cardíacos, hipertensos, y otros cien mil males. Y ¡lo qué son las cosas!, regresó el sin, no el del gobierno –que prohíbe todo—sino el que nos impuso nuestro médico de cabecera.
Perdonen que me ponga como ejemplo; pero yo, cuando voy a un bar, donde no me conocen, tengo que explicarle a la camarera: ”yo quiero un café sin cafeína, con leche sin nata y, desde luego, sin azúcar. Cuando se trata de mi establecimiento habitual y me preguntan rutinariamente lo qué va a ser, les digo:
--Un sin, sin, sin.
Y ya me entienden.
Queria desexar bo ano a todos os visitantes deste blog, especialmente a Comoxo, Santos e Maximino e ás súas respectivas familias.
ResponderEliminarJ.B. Tubío
Felcidades a X.Comoxo polo interesante traballo que está a realizar no campo da pintura. Xa sabíamos os amigos que todo era cuestión de empezar... Esperamos con impaciencia ver a exposición ó natural.
ResponderEliminarSaúdos de X. B. Tubío.
Exposición de pintura na que participarán, entre outros pintores rianxeiros, José Tubío, que tamén anda moi atarefado para ultimar os seus cadros.Pola miña parte, non daría feito máis de 6 cadros (son moi lento).
ResponderEliminarPor certo, non te esquezas de avisar aos pintores que ti vexas. Incluso habería que solicitar por escrito o local (primeira quincena de agosto?)ao Concello.Hai que concretar.
Saúdos. COMOXO