lunes, 25 de enero de 2010

CONSIDERACIONES SOBRE LA CULTURA GALLEGA

Por Máximo Sar


El programa “Luar” que presenta Gayoso en TVG, nos mostró un vídeo sobre el “Baile de Las Penlas” que, según el diccionario de Eladio Rodríguez, significa “niñas ataviadas que en la procesión del Corpus llevan a hombros, representando la alegría”y, en efecto, de eso se trataba: de dos chavalitas, como de un par de años, guardando el equilibrio, con sus piececitos apoyados en los hombros de dos señoras, que se movían al ritmo de la gaita, agarrando dos cintas que salían de la cintura de las niñas, que, según los síntomas, lo estaban pasando de maravilla. Un locutor, refiriéndose al curioso espectáculo aseguró que aquello era un entrañable botón de muestra de la “cultura redondelana”.

Si nos fijamos en A Estrada, en pleno Carnaval, nos encontramos con su insólito desafío de los “generales”, representantes de supuestos ejércitos enfrentados, que asombran por la propiedad y fausto de los uniformes que visten, en un estupendo estado de conservación, y el enjaezado de las caballerías; lo único que no nos convenció, la única vez que asistimos a uno de estos actos, fue la falta de ingenio en los diálogos de los dos altos “jefes”, deficiencia achacable a los guionistas. Por lo demás, todo digno de ver.

Muy cerca, otra muestra de la genialidad popular, es “a rapa das bestas”, de Sabucedo, algo muy fuerte, en el que mocetones bien alimentados se agarran a la cabeza y cuello de caballos semisalvajes, que el día anterior los bajan de los montes, organizándose en el curro una lucha entre el hombre y la bestia, en la que ésta es derribada y humillada con el corte de su gran mata de crin. Hay auténticos fanáticos de nuestras “rapas” (que se repiten en otros puntos), acudiendo de toda España por las fechas en que tienen lugar.

Los habitantes de Moraña, donde tengo muchos amigos, podrían salirme al paso para decirme, más o menos:”¡Oiga!, nosotros contamos con conocidos vestigios prehistóricos; pero, si nos acercamos a nuestro tiempo, ahí están los “Milagros de Amil”, una de las más multitudinarias romerías gallegas, rodeada de circunstancias hermosas y típicas, y nuestros asados anuales, que hoy atraen a miles de personas. Son florones de nuestra cultura peculiar, que nos distinguen de otros pueblos. Y tendrían toda la razón.

¿Y qué decir sobre Pobra do Caramiñal, con su única, original, emocionante y fúnebre “procesión de las mortajas”, pasmo de nacionales y extranjeros, que contemplan como hombres y mujeres, salvados de graves enfermedades por el Nazareno, caminan tras los ataúdes, dentro de los cuales irían si no fuera por la divina intercesión?.

El acervo cultural de Padrón cuenta nada menos que con el armónico grupo de rocas ciclópeas ubicado en el monte Santiaguiño, desde el cual es tradición que predicó el Apóstol y la columna o pedrón a la que amarraron “a barca da pedra” sus discípulos, y la losa que al recibir el cuerpo santo se ablandó milagrosamente haciéndole cama.¡Algo grandioso para una pequeña villa ser el germen de toda la tradición apostólica y de la Ruta Jacobea, por la que caminan hacia Santiago gentes de toda Europa desde los comienzos de la Cristiandad! ¡Y en la que nació y se crió un premio Nobel!

Lo expuesto es a modo de ejemplo, puesto que podría seguir enumerando comarcas y pueblos poseedores de una cultura propia, producto del genio local o de los avatares históricos, y, en cada uno, la lista de manifestaciones culturales, sería muchísimo más rica.

A lo largo de siglos, nuestros pueblos (al igual que otros del resto de España) vivieron aislados, sin apenas relación con sus vecinos, porque cada uno se bastaba a si mismo y, por otra parte, no había medios de comunicación o eran pésimos y esta situación se prolongó hasta hace relativamente pocos años. Recuerdo que la villa en que nací me parecía siempre igual y que así sería por toda la eternidad: las mismas personas, las mismas fiestas y costumbres sociales.

Siempre lo mismo. Cambiaban los funcionarios únicamente y si alguna vez se veía por las calles a un tipo mal trajeado y desconocido, resultaba ser el “hombre del saco”.

En este campo de soledad, en el seno de cada grupo, se irían modelando esos aspectos espirituales de que se enorgullecen los descendientes de aquél. La misma muiñeira, que es símbolo de enxebrismo, ofrece importantes variaciones, en los puntos y la vestimenta, incluso dentro de la misma área observada.

Para terminar, a mi juicio, la cultura gallega no es un todo monolítico, sino un espléndido mosaico.

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