Por Carlos García Bayón
"Tengo de Rianxo un recuerdo solar, un recuerdo de piedras y mares heráldicos, de hombres y vientos. Un día, solo, con la mano presta al vuelo, hice el itinerario de un poeta muerto. No llevaba sino el ámbito del alma, una solana para que cupiese en ella, exactamente, un pájaro o un verso, o una vela. Fue en Asados y todo el paisaje estaba lleno de los bergantines de Manuel Antonio. Desde entonces, ese recuerdo solar de Rianxo lo he guardado como guarda un niño un trozo de cristal. Lo tengo aquí, en mi mano, y mis dedos tan torpes de campesino, amenazan aplastarlo. Por sus galerías, esas hondas y mágicas avenidas del cristal, veo pasar la sangre, la carena, la gaviota y la aventura.
Hay marineros en su "peirao", tal como Castelao los dibuja con su mano maestra de traza sin tiempo; hay circunmeridianos con todos los ronseles posibles; y hay, quien lo diría, una ventana y en la ventana, el navegante que ha vuelto ¿Por qué donde mayor es la inmantación del mar es mayor el regazo de la casa y del muerto?
Si uno fuese a palpar los pueblos por lo que tienen de énfasis, de gesto, de tumulto y tránsito, en Rianxo, nada tendría que hacerse. Pero a los pueblos hay que medirlos por su silencio. Así medía Kant a los hombres. Hay que medirlos por la tensión, por el fuego escondido. Ruído lo hacen los cántaros vacíos. Yo metí aquel día de Asados mi mano límpia de resabios en la tierra materna de Rianxo. Apreté el barro entre los dedos, y el barro, la eternidad humana, la palpitante permanencia, me dijo el secreto. Y ese es aún, mi recuerdo solar, un fuego que va subterráneo, escondido, callado, y que al aflorar va siendo versos de Payo, "Cousas da vida" de Castelao, prosa de Dieste o velas abiertas de Manuel Antonio.
Yo guardo a Rianxo como un trozo de cristal"
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