miércoles, 18 de noviembre de 2009

CASTELAO ANTE EL MICRÓFONO (setiembre, 1936)


LA LUCHA POR LAS LIBERTADES REPUBLICANAS
EL FEDERALISMO HISPÁNICO


"Nuestro ilustre amigo el diputado gallego señor Castelao, a través de las emisoras de la Generalidad, ha dirigido al pueblo catalán la siguiente vibrante alocución:

«Salud, catalanes:
Va a hablaros un hombre siempre optimista, que soñó con ver realizado en Galicia un ensayo de paraíso terrenal: espejo de paz, de libertad, de trabajo y de justicia, en el que pudieran mirarse otros pueblos hispánicos. Os habla un hombre impregnado de dolor, que no sería capaz de disponer de la vida de los demás; pero que dispone de la suya y la ofrendaría alegremente si con el sacrificio de su vida cesara esta matanza de hombres que está ensangrentando el suelo de toda España. Va a hablaros un hombre que siempre ha sido antimilitarista, porque tiene sus ideas enraizadas con sentimientos de humanidad, y que sólo acepta la guerra como precio de una paz perdurable. Va a hablaros un hombre que quemó poco a poco, inútilmente, sus instintos animales, para buscar un camino de perfección, y que hoy desearía sentirlos encendidos y aguzados de ferocidad para vengar a los muertos de su país, asesinados por la canalla fascista. Tengo el dolor que cualquier hombre pueda sentir en el momento de ver truncadas sus mejores ilusiones; pero yo os digo que tengo fe en mi Galicia mártir, porque los martirios pasados crean nuevas energías para la lucha, y yo sé que mi tierra será un baluarte inexpugnable del nuevo Estado republicano, del Estado que esta guerra civil se encargará de crear.

Esta guerra se encargará de abolir un pasado ignominioso, que no nos ha dejado más que desilusiones de vida, sin saber siquiera cuál fue su mejor propósito, y toda la sangre, todo el fuego y todo el hierro de la lucha que estamos presenciando ha de servir para alumbrar, purificar y mantener una nueva concepción de vida, en la que se asiente una nueva concepción del Estado. Estamos, pues, asistiendo a la violencia sangrienta y dolorosa de un parto, que había de ser feliz alumbramiento de una nueva España.

Quisiera presentarme ante vosotros, que sois la flor del heroísmo, como representante de un pueblo victorioso; pero sólo soy en este momento el representante de un pueblo mártir. Mártir, pero no vencido. Traigo la esperanza de que al final de esta guerra, cuando la Castilla fascista se derrumbe, mi Galicia aparecerá erguida, con los puños en alto, buscando a Cataluña y Euzcadi, para gritarles desde lejos: ¡Presente! Y si al final de la contienda no oyeseis la voz fraternal de mi patria, pensad que allí sólo han quedado los viejos, los niños y las mujeres. Y aun así, no tardaríais en oír la voz de mi patria resucitada, porque fuera de Galicia quedan muchos gallegos dispuestos a cumplir la voluntad de nuestros mártires. En esta hora, todos los gallegos del mundo estamos poseídos de una misma obsesión: la de vengar a nuestros muertos.

Si nuestros mártires no han podido ser héroes, se debe a que una política irracional los entregó maniatados; pero en este momento no sería oportuno mirar hacia atrás, porque el pasado no puede robarnos la acción y el pensamiento para construir el futuro. Sólo os diré, catalanes victoriosos, que los gallegos están luchando por la libertad, en todos los frentes, porque dondequiera que un gallego luche por las libertades republicanas está defendiendo la existencia de su Galicia y el bienestar de su tierra.

Yo no puedo forjarme ilusiones acerca del éxito de aquellos hermanos que luchan todavía en los montes de Galicia, porque sé que no tienen armas para una acción eficaz y decisiva; pero son héroes. ¡Son héroes! Y ahora, permitidme que me enorgullezca de ser gallego, porque en esta guerra, como en todas, resalta nuestro amor a la libertad. Si el Gobierno de la República dispone do una marina de guerra, se debe a la lealtad de los gallegos. Visitad el «Jaime», el «Libertad», el «Méndez Núfiez» y todos los destroyers y submarinos, y advertiréis que la inmensa mayoría de sus dotaciones hablan la dulce lengua de mi país. ¿Y en tierra? En tierra hay miles de gallegos luchando denodadamente en todas partes. Si vais a Asturias, veréis un contingente extraordinario de mineros gallegos. Si visitáis el frente del Guadarrama y Somosierra, advertiréis la presencia de mis paisanos, obreros, funcionarios o estudiantes, residentes en Madrid. Si presenciasteis el asalto heroico del hotel Cristina de San Sebastián, veríais que aquellos héroes eran los marineros gallegos de Trincherpe. Y a vosotros, catalanes heroicos, bastará recordaros que la compañía de guardias de asalto número 19, que tan valientemente luchó en Atarazanas, se componía de gallegos. No puede negarse nuestra contribución al heroísmo de todos los pueblos de España. Y siendo así, ¿puede considerarse a Galicia como una patria vencida? Las ideas de nuestros muertos florecerán en la nueva Galicia que todos los gallegos del mundo sabremos construir.

Yo soy de un pueblo que siguió la marcha del sol y quedó detenido muchos siglos por el mar tenebroso, para templar su alma frente a la inmensidad y al infinito: así nos nació el ansia de conocer mundos y así se enraizaron en el Finisterre hispánico todos nuestros sentimientos de patria. Mi tierra dio un Prisciliano para que la sangre de su martirio fuera el germen de la Reforma. Mi pueblo hizo la primera revolución de carácter social en Europa, adelantándose en cuatro siglos a las aspiraciones de Andalucía y de Extremadura. Mi pueblo... ¿para qué recordarlo? fué siempre amante de las ideas progresivas.
Muchos españoles consideran a los gallegos como hombres aferrados a la tradición; pero nuestra tradición no está en el pasado ni es aquella serie de hechos históricos interpuestos que adoran los tradicionalistas españoles, sino la eternidad misma que vive en el fondo de nuestros instintos. Yo os digo que con nuestro amor a las ideas generosas, que con nuestro genio universalista, que con nuestra fe en los destinos históricos de la patria, que con nuestro sentido trascendente de la vida y de la muerte, que con nuestro sentido de la tradición instintiva y de la solidaridad humana, haremos de nuestra tierra uno de los pocos paraísos que aun pueden surgir en Europa.

¿Quién podría impedirlo? ¿Acaso el triunfo de los facciosos? ¡Imposible!

Ellos son los patrioteros de todos los desastres, para quienes la patria es una simple abstracción modificada o quizá una bolita que les han metido en la cabeza cuando eran niños.

Ellos son los católicos que se contentaban en poner en la puerta de la casa una imagen del buen Jesús, estampada en hoja de lata, para vivir dentro del hogar en contubernio con los siete pecados capitales.

Ellos son los adoradores del tanto por ciento, que tenían como templo una tienda de dinero en comisión para vender duros a siete pesetas, y que pomposamente llamaban bancos.

Ellos son los terratenientes codiciosos y miserables que dejaban morir de hambre a sus trabajadores entre verdaderos mares de pan.

Y frente a los facciosos, que representan lo que hay de más viejo, de más negro, de más podrido en España, se alza todo el pueblo con los puños crispados y dispuestos a vencer o morir.

La guerra está ganada, de antemano, y dentro del Estado federal que todos prevemos, mi Galicia se presentará dignamente para decir su palabra.
Catalanes: ¡Salud!»

(La Vanguardia, 24-9-1936)

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