lunes, 16 de noviembre de 2009

CASTELAO EN BARCELONA (setembro, 1938)

Castelao es, sin duda, a un tiempo la figura más popular y la más señera. Como los líricos precursores, llegó al pueblo a través del arte, aunque pronto unió a esta misión desveladora el apostolado social y la lucha política. Al igual que Rosalía de Castro, su fina sensibilidad de artista captó hasta lo más hondo el dolor de la tierra y de las gentes de su patria. Pero en vez de expresar su angustia y su inquietud en versos (que habrían de tardar más o menos en llegar a los labios y al corazón de las gentes), las plasmó en dibujos, que hablaban por igual al culto y al iletrado, que resumían la ironía y la pena, el humorismo y el dolor del alma gallega. En esos dibujos, que aparecieron en «El Faro de Vigo», durante algún tiempo, marineros y campesinos se reconocían día tras día; muchos pedían que les leyeran los epígrafes, pues los adivinaban sabrosos... La popularidad de Castelao fue rápida y ascendente. A la aparición del Libro de «Cousas» y luego del segundo Libro de Cousas», el pueblo se sintió cada vez más profundamente identificado con el dibujante poeta. Le hizo suyo y no le dejó ya nunca. En el Álbum «Nos», Castelao recoge más tarde lo más peculiar y punzante de su obra como expresión del alma gallega. Es un libro hondo y doloroso, aunque no falten en él humor ni ironía.

«Algunos espíritus sensibles que lloran con la melancolía de tangos y de fados (traducimos de «Nos»), encontraron desmedido este dolor de mis estampas; otros espíritus inertes vieron poco patriotismo en el afán de ser verdadero. Con todo, yo sigo creyendo que el pesimismo no puede ser libertador cuando despierta anhelos y codicias de una vida más limpia...» A esa vida más limpia tienden las estampas dolorosas de «Nos», cortejo sin fin de la angustia de emigrantes, de campesinos, de pobres, de mendigos... A esa vida más limpia tendió toda la obra política de Castelao, líder del galleguismo y diputado del partido autonomista gallego en las Cortes de la República. Ahora Castelao se encuentra en Barcelona con otros gallegos emigrados, buenos amigos de Cataluña, y nos dice con infinita tristeza:

--Habíamos soñado hacer de Galicia un Paraíso terrenal. Y podría serlo (añade enérgico). Galicia tiene una estructura y una psicología distintas a las del resto de la Península. Pueden convivir allí las más distintas ideas, y aun reunirse y amoldarse para el bien del país, con tal de que tengan en cuenta eso; la especial personalidad de la gente, del espíritu, de la tierra. Apenas si hay lucha de clases. En la ciudad hemos ido a la misma escuela y hemos jugado los hijos de los artesanos y los de los señores. El intelectual es el mejor amigo del campesino, del marinero...

Se anima charlando de aquella amistad, a la que consagró lo mejor de su vida, y a las peculiaridades del trabajo en el agro y en la marinería:

—Allí (dice), por ejemplo, la pesca se hace todavía como en tiempos de los Apóstoles. El patrón de la barca sale a pescar con sus hombres. A la hora de repartir las escasas ganancias, a él le toca alguna más, naturalmente, pero ello es justo si se tiene en cuenta que puso la embarcación, los aparejos y la comida de todos. Pero lo que importa es que él es uno entre los demás, como los demás, y el primero en correr el mismo peligro. Y así en todo. Prácticamente, allí no habría dificultad en implantar un régimen cooperativista.

Hablamos del momento trágico del 19 de julio. Castelao estaba en Madrid con Suárez Picallo; habían ido a llevar al Parlamento el «referéndum» popular del pueblo gallego para la aprobación del Estatuto. Dichosamente, el autor de «Nos» tenía consigo a su esposa.

—No podíamos, ni remotamente, imaginar que sucediera lo que ha sucedido. Algo, sin embargo (algo ignoto, extraño, difuso) flotaba en la atmósfera. Lo sentíamos, en Madrid, en los días que precedieron al 19, de un modo subconsciente. Como las gallinas (dice) sin saber astronomía, sienten un eclipse. Pensamos que valía más estar en nuestra tierra, al lado de los nuestros, que podían necesitarnos. Quisimos a toda prisa emprender el viaje. Era tarde. En las calles de Madrid comenzaba la lucha, y toda comunicación con el Norte se había cortado.

-¿…?

—A pesar de nuestro gran dolor por los destinos de Galicia, por la destrucción de una obra de renacimiento y libertades populares a la que habíamos dedicado entera la vida, en los primeros momentos «creímos» tener un consuelo. Lógicamente pensando, imaginábamos que en Galicia no había habido apenas lucha, ni (esto sobre todo), crueldad, represalias. Ni, ¿por qué había de haberlas? El galleguismo, después de su fase lírica, de despertar, siguió la trayectoria social y política que le marcaba la ley, con entusiasmo, disciplina y tesón, pero sin violencias. Hoy sabemos, sin embargo, que esto no ha importado. La lucha fue cruenta y las represalias tremendas. En Ferrol se peleó varios días. En Coruña, los elementos obreros, comunistas y sindicalistas, pelearon como leones. En Orense, las represalias contra los galleguistas han sido tremendas. Uno se pregunta: «¿Por qué?»

La alta y severa figura del líder galleguista se yergue en toda su elevada estatura. A su rostro, de expresión dolorida e infantil, asoma una sonrisa amarga:

—Tengo cincuenta años (dice). Casi un niño, paseaba bajo los soportales de las rúas santiagueñas soñando con una Galicia libre, capaz de levantar su voz y expresar su espíritu por sí misma; donde no hubiese caciquismo ni forzosa emigración, donde labriegos y marineros no sufrieran tanta miseria material y espiritual. Con otros mozos, pobres todos, pensábamos que nos tocaría la lotería para dedicar a esta misión nuestra fortuna. La fortuna no vino. Entonces le dedicamos algo mejor: la vida. Cuanto en nosotros había de malo, batallamos por dominarlo, por arrancarlo, para ser dignos de la tarea. Y ahora... Ahora, cuando la tarea parecía hecha, resulta que era eso (lo más malo de nosotros), lo que nos hubiera hecho más falta.

Y la sonrisa amarga de Castelao vuelve a nublar su rostro de hombre bueno.

(La Vanguardia, 23-9-1938)

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