domingo, 8 de noviembre de 2009

MÁXIMO SAR: un día de mi vida


Por Máximo Sar

La escritora Christa Wolf, durante 40 años registró en un cuaderno todo lo que le había ocurrido el día de su cumpleaños y su ejemplo ha sido seguido por otros muchos y ahora, cierta editorial, se propone poner en los escaparates un libro a base de relatos semejantes, de autores más o menos conocidos y, por si acaso me seleccionan a mi, pienso que sería apropiado el presente trabajo.

“Despierto a las nueve de la mañana y me siento en el borde de la cama, para comprobar qué huesos me duelen hoy, advirtiendo que el peor foco radica en el talón de mi pie izquierdo, por culpa de la artrosis, según me tiene diagnosticado mi médico de cabecera. Doy unos pasitos, cojeando ligeramente y, cuando llego a la cocina, ya camino casi normal. Como decía un viejo amigo: con los años nos ataca la enfermedad del Registro Civil y vamos tirando gracias a las medicinas“¡Terminas siendo hijo de una botica!” (me consolaba el hombre).

“Una vez aseado, tengo que salir a hacer las compras, para lo cual cuento con una plaza de abastos, varios comercios de ultramarinos y tres supermercados, en uno de los cuales una mayoría de empleadas se llaman Elena y, en el otro, Ana y hasta una guapa albanesa que se acaba de incorporar como cajera, se llama Anila. Yo suelo comprar en cualquiera de los establecimientos aludidos, según lo que me apetezca, de manera que para las flores y la verdura acudo a la plaza y, para las demás cosas, utilizo las grandes áreas, donde me encuentro con gente conocida del pueblo, señoras principalmente, con las que entablo conversación, como este mediodía, que me encontré a Carmucha, con un brazo en cabestrillo, la cual me explicó la causa, viendo mi expresión interrogativa: “De nenas caemos, de mozas tírannos e de vellas nos escacharramos”. Rara avis, una mujer con sentido del humor.”

“Mis productos preferidos son las hortalizas y el pescado, porque es lo que casa mejor con mi tercera edad... ¿o cuarta?... Un plato de brécoli, con huevo cocido y unas aceitunas o encurtido, regado con aceite o salsa de tomate, es lo que demanda mi salud ¡dónde van aquellos tiempos de los grandes cocidos, los chuletones gigantescos, los riquísimos callos y la típica empanada de xuobas! Es un recuerdo, que sería un tormento si la edad no se encargase de debilitar mi memoria para sumergir en la penumbra los bellos capítulos del pretérito.”

“Luego hice el recorrido de costumbre, de vuelta a casa, saludando a los amigos y vecinos que me encuentro, incluso a jóvenes muchachitas, que nunca vi delante, pero a las que observo con fijeza y que, claro, al cruzarnos, nos decimos adiós o hasta luego. Al parecer a ninguna molesté con mis vistazos analíticos; pero, si lo hicieran, tengo mi respuesta preparada: ”Mire, señorita, no me tome por un tipo impertinente. Lo que pasa es que es usted encantadora y no me puede negar que la dibuje en mi memoria, porque para mi es una de las poquísimas satisfacciones que me quedan en esta vida. Y ahora, permítame que me presente”. Bueno... nunca se dio el caso”

“Seguidamente, como de costumbre, compro el periódico de siempre y me siento a leerlo en el “Bar Narciso”, amablemente atendido por Marisa, Bea y Mary, que son como tres ángeles: atentas, ágiles, simpáticas y afectuosas. Allí se dan cita todos los funcionarios y autónomos que trabajan en unos 200 metros a la redonda y otras personas que están de paso por la villa y a eso de las once y media, el tono de las múltiples conversaciones está a punto de rebasar los decibelios permitidos. Pero todo vale, en medio de aquel jardín de chicas monísimas, modernas, escotadas y minifalderas. Desde el mostrador se destaca Paco, el del Pazo, y luego de recomendarme no salir nunca de casa sin el paraguas, me cuenta alguna anécdota, como la de hoy, referida a un médico que se llamaba Don Daniel y que cuando se encontraba con el cura de su parroquia, le decía: ”Dádelles á xente todo o de arriba; pero vos quedádesvos todo o de abaixo”.

“Mientras contemplo una fotografía que hay en el bar, que refleja la imagen de varios clientes desaparecidos, mi memoria me retrotrae a mi etapa de bohemia tabernaria, cuando hace poquitos años, dos o tres veces a la semana, nos reuníamos a charlar Merucho, Paulo Gradín, Carril y Lucho, con este cronista y el dueño del establecimiento, que era nada menos que Hipólito Rey, en torno a unas tazas de riquísimo Ribeiro. Eran unas xuntanzas inefables, donde salían a relucir cosas como el origen de la Romería Viquinga, el Ateneo del Ullán y sus presidentes, Baldomero Isorna y Faustino Rey Romero, del que Merucho se sabía de memoria todas sus poesías jocosas.

Y engarzado con lo anterior, evoco mi asistencia a varios de los festivales que celebra anualmente en las Torres de Oeste, el grupo organizador de la viquingada, con su capitán al frente, Miguel Lorenzo, cuyo padre era la mejor voz de la comarca, tanto en solitario como formando parte del coro de la localidad o un dúo con el que suscribe.

“¡Qué tiempos tan felices!”. Pero en un par de años, empezando por Hipólito, se fueron todos para el otro mundo. Me quedé yo solo para contarlo y para comprobar que, cuando alcanzas una edad avanzada, te encuentras fuera de lugar y rodeado de muchas y entrañables sombras”.

Como veréis, queridos lectores (si tengo alguno) a lo largo del día me persiguen pensamientos positivos y negativos, hablo cuando tengo con quien, paseo por prescripción facultativa, bebo mucha agua y tomo pastillas contra la tensión y el colesterol. Y así, de forma inexorable, se va acercando una nueva noche, me tomo mis frutas y yogures y veo un poco la televisión. A las once y media me da el sueño, estoy cansado y me acuesto para leer un rato cualquier revista. Luego apago la luz y, a punto de quedarme dormido, me pregunto: ¿qué hueso me dolerá mañana?...

1 comentario:

  1. Seguro que terás moitos lectores. Coido que deberas escribir con máis frecuencia... xa non digo escribir libros. Seguro que serían moi celebrados. Gustaríame que noutra ocasión contaras as viaxes por Rianxo e Comarca.
    E non te queixes tanto que eres un chaval. Sáudos á señora da casa.
    Unha aperta desde Taragoña de Xosé Tubío, amigo de Santos, Segis, Comoxo...

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